De nuevo vuelvo a Landero, a su prosa cervantina y golosa, a sus mundos tragicómicos, a sus personajes entre humanos y ridículos que son trasladados por el autor con un halo compasivo y benevolente. Esta historia es ridícula, claro, el mismo título nos lo avisa. Pero muy humana y con mucho poso. En ese sentido, en este libro Landero es más Landero que nunca. La novela nos cuenta la historia tragicómica contada en primera persona de un personaje locuaz y muy especial en torno al amor loco y de consecuencias catastróficas que siente al conocer a Pepita y cómo sus relaciones y su mundo todo da un vuelco.
El personaje, Marcial, es un loco-cuerdo o un cuerdo-loco con opiniones y reflexiones interesantísimas que, aunque a veces pueden parecer boutades intelectuales o neuróticas, tienen un fondo de verdad que pone al lector en jaque y en muchas ocasiones frente a un espejo deformante. En este sentido el relato se ve continuamente cortado por sus digresiones. Aunque como Marcial repite machaconamente "él nunca habla en vano". El personaje tiene además comportamientos obsesivos y muy ridículos que proporcionan humor recurrente y entretenimiento seguro. Sus actos están preñados de verdadero rencor social y un indiscutible clasismo y sensación de superioridad moral que desde luego no nos creemos y esconde un corazón acomplejado y neuroasténico. En su discurso variopinto vemos perlas, sobre todos sus reflexiones sobre el amor y los tipos sociales. Y en su complejo a veces, tristemente, nos vemos reflejados. Pues de un modo instintivo Marcial se sabe inferior ya que por rango social y educativo está en un nivel por debajo a su amada Pepita. Por cierto, las interacciones con Pepita son de lo más gracioso del libro. La discordancia entre personas, la triste búsqueda de afecto y aprobación y la lejanía entre lo pensado y lo realmente ocurrido reflejan en clave humorística una doble, a veces hasta triple por la evolución del pensamiento de Marcial, capa de lectura al texto.
La novela desde el principio se nos muestra como un caso claro de justificación personal ante el acontecimiento final de deshonra. Un encuentro con la novela picaresca primigenia, el Lazarillo de Tormes, que ya habíamos visto anteriormente en Landero. Ese acontecimiento final es apoteósico y, cómo no, un despropósito de dimensiones épicas. Un esperpento de escena contado con el humor habitual de Landero.
En definitiva, una obra muy divertida, con momentos digresivos de gran altura en el que te introducen perlas en el discurso extravagante del protagonista, con la prosa ya reconocida de un Landero que se gusta y se autorreferencia y en el que nos mete de lleno en la cabeza de uno de esos personajes tan suyos, hilarante, ridículo, estrambótico y fabulador.
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