El reciente premio por la Academia sueca, Kazuo Ishiguro, escritor japonés pero en lengua inglesa ha dejado grandes obras en su trayectoria literaria. Entre todas ellas quizá la más conocida, gracias a la megafonía que siempre supone el cine, son "Los restos del día", con aquella interpretación mítica de Anthony Hopkins y la más reciente "Nunca me abandones". Se trata de un autor difícil de clasificar por su interés constante en abandonar el encasillamiento y las etiquetas, por tocar géneros diferentes y además de forma poco canónica.
El caso de "El gigante enterrado" es paradigmático en este sentido, pues no sabemos como lectores si nos encontramos con una novela de fantasía, una novela histórica, una novela épica o legendaria. Aunque sí tenemos claro que el escritor apela a situaciones y temáticas muy actuales, o más bien, constantes. Esta fábula moral, así la voy a llamar, aunque con mis reparos, nos relata el viaje - épico, tierno, amoroso - de dos viejos. La excusa del viaje es la búsqueda del hijo, pero lo cierto es que, y he aquí la clave de la novela, que los dos ancianos se buscan a sí mismos pues el mundo que habitan es un mundo en el que la memoria falla. No son dos ancianos a los que la memoria falla, sino que son dos ancianos que viven en un mundo extraño en el que todos los habitantes tienen problemas de memoria. El porqué de esta falta de memoria colectiva, ya el concepto es en sí mismo tan actual que asusta, se explica al final y sinceramente se puede ver en la clave que se quiera, para mí no es lo verdaderamente importante. Lo trascendente de la novela, como toda buena novela, es el camino. Sus encuentros y los significados varios que le vamos dando a lo que parece una fantasía medieval, mítica o legendaria, con toda la parafernalia artúrica de por medio.
Por el camino, los viejos, Axl y Beatrice, nombre de resonancias medievales y amorosas por antonomasia, van encontrando personajes que los acompañarán en esa búsqueda implacable de la identidad propia, del doloroso y también catártico reconocimiento de lo que nos conforma. Observamos a dos antagonistas, dos guerreros, uno joven, Wistan, que ayudará a la pareja y otro anciano, Galwain, antiguo caballero artúrico, que también se presta a ayudarlos. Pero ambos esconden oscuros secretos. También un niño extraño y diferente al resto que, de algún modo, es el receptáculo del legado de todos los personajes. Porque la novela es un continuo péndulo entre amor y odio, entre lo antiguo y lo nuevo y, fundamentalmente, una reflexión lírica sobre la importancia de la memoria, pero como aquella puede alimentar rencores y odios. Porque conocer, lo queramos o no, puede desembocar en el rencor y es ahí donde se ve la virtud de la amnesia colectiva. Estamos ante el unamuniano dilema entre el conocimiento doloroso o la ignorancia feliz, pero enmarcado en una narración que es de todo menos especulativa. La especulación es el poso que le queda al lector.
Me quedo con la relación de amor de estos dos seres entrañables, Axl y Beatrice, y con el inolvidable final. Porque el camino (de la vida, del viaje) puede estar preñado de obstáculos, pero nada hay que el amor no supere. ¿ O no es así?
Un abrazo de el Criticón Lector
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