Ray Loriga ganó el Premio Alfaguara con esta novela. Con un cierto tono clásico se nos presenta una distopía en la que aparecen las consecuencias de una guerra de larga duración. Una guerra que es más que nada un discurso ominoso que sobrevuela la conciencia y el corazón del narrador y, en consecuencia, de los lectores. Se parte de un ruralismo extraño, en el que una familia también extraña, con dos hijos que marcharon a la guerra y con un niño acogido que no habla deben marchar de sus casas tras quemarlas y evacuar la zona para acudir a la ciudad transparente bajo la premisa de que es por el bien de sus vidas. No se sabe muy bien de dónde vienen las órdenes, pero se nos muestra que hay un sistema de obediencia y delación establecido. La llegada a la ciudad transparente es toda una aventura de supervivencia en el que las muestras de amor hacia su mujer del protagonista-narrador son de gran belleza. La ciudad transparente se nos muestra como un lugar idílico (aunque bajo la sombra amenazante de los cuerpos colgados de los traidores), de cristal, con una claridad en la que no hay noche ni día y en la que todas las necesidades materiales están cubiertas y en la que cada uno de los habitantes tiene un trabajo acorde a su formación. El marido, antiguo capataz de la hacienda de la mujer, acaba en el servicio de desechos y su mujer con mayor formación acaba en la biblioteca. Poco a poco la ciudad transparente se irá transformando a nuestros ojos, pese a la buena voluntad del narrador, y la uniformidad y la asepsia imperantes devienen a los ojos del lector en una especie de campo de concentración buenrollista, al modo "Un mundo feliz" de Huxley. aunque con diferencias que dotan de originalidad a la obra. En este sentido, parece reseñable la idea de la cristalización (una especie de ducha la ciudad transparente es un microcosmos en donde todo se ve, pero nada se huele.
La voz del narrador cargada de una humildad llena de matices, con un leve toque de humor, es lo mejor de la novela, una voz que está vista por el autor con una pátina de humanidad y una corriente de simpatía que se transmite a los lectores. Un narrador que se muestra sorprendido con los cambios, pero que consciente de sus limitaciones, trata de justificarlos y va adaptándose como puede a los mismos. La ciudad transparente minará su relación matrimonial y de forma gradual el protagonista irá observando los defectos del sistema y mostrará su progresiva falta de asimilación al sistema, su apego a una libertad, que vemos atónitos, es cercenada y acatada sin problemas por el resto, en el que la intimidad personal es la primera en verse despojada. ¿Les suena de algo en estos tiempos de de hiperexposición en las redes sociales?
Las relaciones del protagonista con su mujer, su deriva hacia la nada, y también con el niño acogido trascienden la novela y muestran con tino la triste realidad de los matrimonios que evolucionan de manera diferente.
La parte final es conmovedora y, sencillamente, genial. La rebelión, la frustración, la rendición, el amor y, cómo no, la aceptación humilde que ha caracterizado en todo momento la narración componen uno de los mejores y más memorables finales que he leído.
Un saludo atento del Criticón Lector.
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