La relectura de "El extranjero" me trae el mismo desasosiego que me trajo en mis años universitarios. La extraña lejanía del narrador, la fría contemplación de sí mismo, el análisis de la maquinaria burocrática y sus consecuencias y el dolor expresado desde una distancia estratosférica me han producido el mismo sentimiento que hace casi veinte años.
Mersault es un contemplativo que ve la vida pasar, que apenas siente y padece, cuya frase de cabecera es "no tiene la menor importancia". Y es este distanciamiento el que le hace extranjero de sí mismo. Mersault tiene una madre recién fallecida, amigos, una especie de novia, un vecindario al que saluda, pero sus sentimientos hacia ellos están rodeados de un halo de indiferencia que asusta. Pero resulta patético que esa misma indiferencia es la que le condena. En este sentido, el proceso al que se ve avocado es un juicio moral a su forma de sentir, más que relacionada con los hechos que se juzgan en sí mismos.
Camus en este libro se nos presenta como paradigma del existencialismo de la posguerra, un libro que de alguna manera nos interpela sobre el sentido de la vida, sobre las consecuencias de aplicar la libertad individual hasta los extremos y, por último, con capítulos muy interesantes sobre la eterna pregunta sobre la existencia de Dios o, más bien, sobre la necesidad del ser humano de creer en Dios.
"...Ninguna de sus certidumbres valía más que un cabello de mujer...". Así en una sencilla oración nos abruma con el debate eterno entre materialismo y religión.
Para concluir, me gustaría dejar constancia del poder sugestivo e ideológico del último capítulo, en el que el protagonista se prepara para lo que le llega. Un saludo del Criticón Lector.
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