miércoles, 24 de junio de 2020

"ORDESA". MANUEL VILAS

     Novela autobiográfica, por llamarla de alguna forma, esta del escritor aragonés Manuel Vilas, en la que abundan las memorias y las reflexiones más heterogéneas. Calificada como la novela del año, de lo que no cabe duda es que es una novela valiente, sincera, áspera y de la que emana una tristeza y un pesimismo cáustico en el marco de la introspección constante que aborda el propio autor. Al margen de los temas que abordaré, lo cierto es que en el libro encontramos perlas en las que se exaltan determinados sentimientos o un alarde de sensibilidad ante la belleza y el amor. Esas perlas, justo es decirlos, están en el interior de un proceloso mar de tristezas e inseguridades. También destaco una extraña calidad moral en la voz de la enunciación, fácilmente identificable con el autor real del libro, que es capaz de mostrar sus fallas más antipáticas para el lector, y al mismo tiempo recordarnos su calidad humana en otros. El juego entre lo ácido del protagonista y la permanente muestra de su invalidez estructural conforma, de algún modo, la construcción del personaje.

     Obviamente, en el párrafo introductorio podemos intuir que estamos ante un libro de peso y que deja poso. Que trata temas profundos, en una ambivalencia poética nada edificante y, desde luego, poco ilustrativa. La obsesión del autor es el recuerdo de los padres muertos. Todo el libro está transido de su recuerdo. Este es el origen del libro y el leit motiv recurrrente. No hay ausencia de los padres, su muerte ha generado en el autor una presencia constante y obsesiva en su vida. Uno de los mejores pasajes en este sentido, quizá lo valoro así por pura empatía con el personaje, por el hecho de sentir en mis propias carnes ese sentimiento tan bien expresado, es el del espejo y la presencia del padre.

" Me miraba en el espejo y veía no mi envejecimiento, sino el envejecimiento de otro ser que ya había estado en este mundo. Veía el envejecimiento de mi padre. Podía así recordarle perfectamente, solo tenía que mirarme yo en el espejo y aparecía él, como una liturgia desconocida, como en una ceremonia chamánica, como en un orden teológico invertido".
     El padre forma parte del personaje de modo ontológico, más allá del mero recuerdo.
"...no es que lo recuerde a diario, es que está presente en mí de forma permanente, es que yo me he retirado de mí mismo para hacerle hueco a él" 
     En definitiva, las ausencias de los padres acaban mostrando el lado más sensible y escrutador del propio autor, con resonancias filosóficas de, a mi parecer, gran calado:
"Todo el mundo pierde a su padre y a su madre, es pura biología. Solo que yo contemplo también la disolución del pasado y, por tanto, su inexpresividad final. Veo una laceración del espacio y del tiempo".
     Las manías del padre están muy presentes y, cómo no, están legadas al propio personaje, también su mutismo final, el silencio previo al silencio definitivo. También el arrepentimiento por lo no hecho, por lo dejado de hacer con ellos, por lo supuesto y no dicho. Sentimientos universales y humanos ante el dolor de la pérdida. Desahogo catártico, podía ser también la definición que aparece en la primera línea de la reseña.

     Otros temas del libro son los propios fracasos del autor. De ellos, su vida familiar ocupa un puesto prevalente. El amor a los hijos está marcado por una profunda incomunicación, especie de maldición familiar. El fracaso matrimonial, lo que implica en esta sociedad el matrimonio, el sacrificio en sus palabras ocupa páginas también reveladoras de una sensibilidad especial y de ese carácter sincero que transita el libro. El autor no duda en mostrarse mezquino e interesado, su interés por el dinero, los asuntos económicos, sus privaciones, su indigencia relativa (que desde luego habrá desparecido tras las ventas de este extraño best sellers) nos muestran quizá el lado más desagradable del autor, en ocasiones mezclado con un indiscutible rencor social. Su deseo de medro, no obsta que veamos frases de una belleza sin igual sobre la belleza. 
"Una renuncia a participar en el saqueo del mundo, eso es para mí la pobreza" .
      También destaco pasajes relacionados con la enseñanza y el profesorado. Muy duros. Que merecen una reflexión por parte de los docentes, sin caer en el victimismo, el triunfalismo o el corporativismo propio de toda profesión. Ya sabemos lo que se dice de los espejos deformantes. También son duros, por sinceros y por demoledores, los pasajes dedicados al alcoholismo del propio autor.

       La novela, o lo que sea este artefacto creativo, está escrita con una prosa axiomática y, a la vez, poética, con numerosas reiteraciones de estructuras y conceptos sobre los que se aportan matices diferenciados, a veces contradictorios. Es una novela que parece escrita sin método, al albur de la intuición poética del escritor, del que ya sabemos además de prosista es poeta. Destacan las fórmulas X es Y, de forma que las figuras de relación están muy presentes en el texto. 

      En definitiva, una obra intensa, profunda, de la cual sorprende su éxito pues es poco complaciente y reiterativa en sus motivos. Pero que permite observar cómo el escritor se abre en canal y muestra al mundo todo su interior. Un interior que, por lo que se ve, ha fascinado a los lectores. Mi intuición me dice que el autor no solo ha sabido verse a sí mismo, sino que ha sabido entrar en el corazón de cada uno de los lectores. Ha captado lo que de universal tiene la pérdida, el dolor, la insignificancia, el tráfago, a menudo incoherente, de la vida que, de eso no hay duda, algún día cesará.

     Un saludo atento, del Criticón Lector.

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