En esta novela Juan José Millás nos introduce de lleno en sus habituales obsesiones, en sus temáticas en las que hay una permeabilidad entre la fantasía y la realidad y en esa prosa sencilla y eficaz de experto en el oficio de escribir. Se nos cuenta la historia de una falsa delgada que es echada de la empresa de informática en la que trabaja. En su piso de soltera, en el baño, tiene una especie de iluminación al escuchar el aria nessum dorma de la ópera Turandot de Puccini. Descubre de dónde procede la música y observa que viene de un vecino, al que acaba visitando y del que se enamora sin conocerlo. El vecino, con cuerpo y hechuras de pájaro (veremos que todo lo relativo a los pájaros es transversal en la novela) desaparece del piso y Lucía, que así se llama la protagonista inolvidable que nos regala Millás, decide hacerse taxista y esperar que algún día se suba el vecino del que Lucía ha averiguado que se llama Braulio Botas, su Calaf particular.
En el curso de la novela el taxi se convierte en un maravilloso lugar para que observemos el peculiar modo de pensar y vivir de Lucía, que poco a poco va transformándose en Turandot mediante maquillajes que la orientalizan, con lo que se produce uno de los muchos desdoblamientos de la novela. Estos desdoblamientos son un motivo recurrente en la novelística de Millás y dan pie a la reflexión tanto metanarrativa como incluso ideológica o filosófica. Aunque en Millás es tan consustancial que no parece que sea una propuesta sesuda o intelectual. Más bien, forma parte de modo natural en su narrativa.
De hecho, el juego (o no tan juego) de relaciones entre la realidad y lo imaginado es, desde mi punto de vista, la base fundamental de la novela. Además de Lucía-Turandot y Braulio-Calaf, observamos otros desdoblamientos de trascendencia en el desarrollo de los acontecimientos. Así, vemos a Lucía como persona y personaje ficticio teatral en forma masculina, lo que me recuerda a una aguda digresión en la novela de Hidalgo Bayal, que comentamos en el post anterior, sobre la escritura de personajes y personas y la diferencia entre unos y otros con relación a su significación en el discurso narrativo. La escena en el que se ve a Lucía como espectadora de sí misma, con lo que ello significa en la historia, es un momento de auténtica genialidad. Otro desdoblamiento en la novela, o quizá lo podríamos denominar metamorfosis, es el de Lucía en pájaro. Lucía se va transformando en una mujer pájaro y el final de este proceso es verdaderamente escalofriante. Otro desdoblamiento curioso y magistralmente contado es el de la ciudad de Madrid, que en la mente y en el taxi de Lucía, pasa a ser Pekín. Una Madrid real es convertida en un Pekín ficticio.
En definitiva, lo que es una novela de corte humorístico, podríamos decir que con un toque de surrealismo, poco a poco va transformándose en, primero, un artefacto oscuro y, finalmente, en una novela de terror. Porque Lucía se ve envuelta en un engaño, pero no es Lucía un personaje que vaya a dejar pasar de largo la humillación personal. Y para llegar aquí, Millás nos somete a un majestuoso clímax final que, sin duda, merece esta gran novela.