Largo monólogo de un padre dirigido a su hija en el que se desgrana la relación que el mismo narrador ha mantenido con su mujer fallecida. Escrito en un tono íntimo, hay un esfuerzo por no caer en la sensiblería y una vocación elogiosa hacia la persona amada, con una buena traslación de los sentimientos y de la dependencia emocional y cotidiana que el narrador mantenía con esta. La sensación constante es que se produce una pérdida del centro gravitacional de la vida del personaje.
El estilo y el manejo de la lengua es el siempre trabajado de Miguel Delibes, con sus periodos sintácticos largos, su léxico amplio y su aire cervantino en el decir de las cosas, en este caso despojado de todo humor dada la seriedad del tema.
En el conjunto del texto nos queda el retrato complejo de una mujer, la señora de rojo a la que hace mención el título. Una mujer que destacaba por su capacidad para captar la belleza, que vibraba con la belleza y con una sensibilidad especial. De ella se dice la siguiente frase: "su presencia aligeraba la pesadumbre de vivir". Pero además de su faceta sensible, se nos muestra a una persona con capacidad para la administración y la organización. El marido-narrador es un pintor de éxito que solo se dedica a su obra. Así, llega a decir: "La nuestra era una empresa de dos, uno producía y el otro administraba" o "declinaba la apariencia de autoridad, pero sabía ejercerla" o incluso, el más profundo "... llegaba a la conclusión de que la actividad creadora es imposible si alguien no te empuja por detrás, no te lleva de la mano".
Por otro lado, la obra es un buen documento para observar desde el plano literario dos asuntos concretos: el contexto histórico social y las relaciones en el mundillo artístico. En lo referente al entorno social en el que se mueven se cuenta cómo en el momento en el que se producen los hechos narrados la hija y el yerno están en la cárcel por ser miembros del Partido Comunista en las postrimerías del franquismo, cuando este partido todavía era ilegal. El ir y venir en la búsqueda de contactos en la muy comprensible búsqueda de ayuda ante el miedo a las posibles torturas o la muestra de personajes históricos como Marcelino Camacho y su defensa de la autonomía sindical son buenos ejemplos de ese contexto. Por otro lado, el mundo del arte también aparece de forma sutil, la importancia de la fama, el trabajo que cuesta mantenerla, y, sobre todo, las relaciones con otros artistas, así por ejemplo, el viejo García Elvira, pintor mayor y muy célebre que vuelve de Francia, es el que hace el retrato de la señora de rojo sobre fondo gris que el protagonista envidiará siempre. El narrador llega a decir del cuadro: "Entonces sí, entonces sentí celos del cuadro, de no haberlo sabido pintar yo, de que fuese "otro" quien la hubiese captado en todo su esplendor".
En conjunto, la imagen de desolación final, con la descripción cada vez más gráfica de los efectos físicos provocados por el cáncer, en un personaje tan preocupado por su aspecto, por la belleza en general, hiere al lector y deja un vacío en el narrador, que en sus reflexiones finales pone la felicidad mutua en las sobremesas compartidas, en las miradas sin proyecto, en ese día a día cotidiano que va entretejiendo las vidas de los matrimonios. Tiene que ser un mazazo como la muerte el que hace que se vea con claridad que esas pequeñas cosas son el soporte de la existencia.
Y nada más que comentar, un saludo atento del Criticón Lector.
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