Leí "Mortal y Rosa" de Francisco Umbral hace bastantes años y de su lectura me quedó la textura de un clásico, la fuerza expresiva de un maestro, y, sobre todo, la extraordinaria sensibilidad de un ser humano. Ver al personaje, ese que las televisiones mostraban, dandi y provocador, no casaba con el libro que yo había leído. Sus maneras no encontraban acomodo en el texto henchido de sensibilidad que es esta obra. Después de muchos años leyendo sus extraordinarias columnas, llenas de juegos de palabras, elipsis, y de desborde creativo, pero que no me movían desde el apartado que más me colmó en su novela; y después de fallecido ya hace algunos años, he entrado de nuevo en su universo literario con la melancolía que supone el paso del tiempo y la curiosidad por ver si encuentro al autor total de "Mortal y Rosa" o al genio algo frío (es mi sensación) del oxímoron, la metáfora y el requiebro verbal de sus columnas.
En " Las ninfas" Umbral tiene la capacidad crítica y observadora del hombre de prensa, son unas memorias preñadas de análisis social, de tipos y personal. El autor nos relata su adolescencia, su deseo, lleno de pose y visto por él mismo con algo de condescendencia paródica, de sublimidad. Un deseo de autoafirmarse como parte del grupo selecto de los poetas. En su camino nos muestra todo un ramillete de personajes con vida propia que, de algún modo, se enfrentan a la idea que el autor tiene no de lo que es sino de lo que él debe ser. Miguel San Julián viene a representar un vitalismo simple, admirado por el escritor, pero rechazado por su opción de vida por lo sublime, viene a ser un contraste de la vida en sí misma frente al arte como paradigma vital. Cristo Teodorico, del que ya solo el nombre merece una novela, es un doble estilizado y con la pátina de perfección en valores, del propio Umbral, pero Umbral opta por un lado maldito. La relación de Umbral y Cristo Teodorico, sus acercamientos a sus respectivos mundos (íntimos y sociales), la caída a los infiernos de este, las implicaciones sociales que tiene esta caída, con el sexo y las relaciones "inadecuadas", suponen los más completos análisis sociales del libro. Otro personaje es Darío Álvarez Alonso que viene a ser el modelo imaginado de Umbral, un poeta con cierto prestigio social que representa los valores de la belleza a los que Umbral, letraherido absorto, piensa consagrarse. La caída de este desde modelo a traidor, con un final personal algo esperpéntico, es también uno de los logros del libro. Por otro lado están las ninfas, que son las mujeres que sacan a Umbral de la incomunicación del retrete, de las poluciones grises del encierro en el retrete. María Antonieta, el primer beso y el primer amor, provocará el eterno agradecimiento que implica el ser elegido,casi ungido, definitivamente signado, y está narrado con tal grado de lirismo que es digna pieza de estudio. Las ninfas son en definitiva la muestra de la obsesión por la sensualidad femenina que siempre caracterizará a este autor. La relación con María Antonieta se torna imposible dado el destino que le espera a Umbral si se mantuviera con ella; María Antonieta está marcada fatalmente por su origen, pues es hija de una pescadera rica. El mundo lumpen también está representado de forma magistral, quevedesca o valleinclanesca, estela de la que Umbral es un pico sobresaliente. Empédocles, músico venido a menos, triste degenerado que espera al efebo perfecto; Teseo, pintor arruinado y borracho; y Diótima, joven perverso y resentido que busca el malditismo como modo de vida. Umbral acompaña, observador implacable, a toda esta cohorte de depravados y perdidos, dignos en su fatal apostura.
Si analizamos las relaciones me quedo con la de Cristo Teodorico con Tita, femme fatal del barrio, libérrima en el mundo pazguato de la mezquindad de los usos tradicionales, de la parroquia años cincuenta. La preocupación del barrio por esta relación, por la caída a los bajos fondos (el amor palpitante de los escondrijos y los caminos, el sabor de los besos y el tacto ardoroso de los pezones en la oscuridad), viene a acabar con un auto de fe digno de la Edad Media y el sacrificio llena de espanto al lector. La castración de la vida es vista por el barrio como la salvación del ya para siempre, a los ojos del lector arrobado, triste triunfador redimido Cristo Teodorico.
En el libro tiene gran importancia el elemento sensual. La acequia y su purificadora presencia, la desnudez que en ella se envuelve, los cuerpos secados al aire, los actos de amor en su caudal. La naturaleza como testigo y parte de los juegos de amor. Pero también vemos una sensualidad más oscura y viciosa, entre odres de vino y maloliente, encerrada y mórbida. Vemos el encuentro sorprendido del autor con las relaciones homoeróticas, lésbicas y secretas. También vemos escenas contadas con un lirismo enternecedor, como la escena ya mencionada del primer beso.
Variados temas se manifiestan en las páginas del libro: las inclinaciones periodísticas, casi como fetiche, del joven Umbral; la caída en desgracia de la familia, una familia de burócratas venidos a menos con contínuos problemas económicos; los círculos académicos y la variopinta mezcla de autores que se dan cita en ellos; la ciudad y sus zonas (los márgenes, las afueras, la plaza, las calles, el cine de barrio, las zonas lumpen...).
En conjunto es una obra que transmite pasión por la literatura, como modus vivendi, más que en sus textos. Una obra de contenido iniciático en el que el autor da las claves de su decisión por dar el salto a la gran ciudad y a un mundo en el que prime esa obsesión baudelaireana que restallará en la cabeza del autor a cada momento: Hay que ser sublime sin interrupción. Un saludo atento de El Criticón Lector.
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