Nueva voz en la narrativa en español, Jesús Carrasco ha tenido con esta novela gran trascendencia mediática y crítica. Una obra de la que se ha escrito ya mucho, de sus referencias a Delibes, de las influencias de la nueva novela americana, de la que el propio autor se considera influido. Lo cierto es que la obra tiene fuerza expresiva, originalidad y una vuelta a un mundo narrativo casi olvidado, el del campo como potencia sobrenatural y acechante, un ruralismo primitivo ajeno a fechas y localizaciones pero muy cercano al tremendismo.
Destaca sin lugar a dudas el lenguaje, de densidad poética y poderío expresivo, con un intenso prurito de lucidez estilística. Palabras ya olvidadas, muy rurales, sonoras, comparaciones por doquier, casi todas de gran gusto estético, algunas excesivas y con poco sentido, imágenes emotivas. Un lenguaje que marida de forma extraña con la historia, pues esta es de una simplicidad absoluta, chico que se escapa del pueblo por unos determinados abusos, y su devenir en una tierra inhóspita y maldita. Con el único punto de apoyo de un viejo cabrero. Una trama esquemática como pergeñada a pedestal frente a una prosa en donde cada palabra esta colocada con voluntad estética.
Esa misma voluntad estética tiene un problema añadido, y es que deshumaniza a los personajes. El autor está tan atento a la palabra que a mi juicio se olvida del aliento humano de los personajes. El libro también se mueve en el mundo de las categorías morales de modo esquemático. El alguacil y el padre representan el mal de un modo absoluto, y es en el niño donde vemos la duda en cuanto a los valores morales, el viejo es quien de un modo más novelístico y complejo representa la búsqueda del bien.
Vemos en tan corto espacio un proceso de maduración y crecimiento por parte del niño, que se hace hombre a fuerza de sufrimiento y responsabilidad. Intuimos que el joven se transforma en el cabrero.
Del libro destacaría un capítulo en el que hay una reformulación del cuento de Hansel y Gretel, en el que los caramelos son chacinas, y la vieja es un tullido. Una maravilla por lo contado y lo sentido. También la maestría de la oración final, una oración que se queda grabada por su fuerza expresiva y significación desde el punto de vista de la expectativa vital del niño. Por último, la creación del contexto, de unos ambientes de una aspereza infernal, cuya primitiva radicalidad constituyen un protagonista más de la propia historia. El niño tiene realmente dos antagonistas: el alguacil maltratador y la naturaleza desoladora que también lo maltrata.
Un libro de escasas páginas para lectores exigentes, de claroscuros y muy bien escrito. Puede cansar su prosa excesiva y el hecho de que apenas pasen cosas en la historia. El Criticón Lector.
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