miércoles, 26 de septiembre de 2012

AGOSTINO. ALBERTO MORAVIA

     Obra de lenguaje desgarrado y contada con un estilo directo y poco dado al artificio y el requiebro formal. En este sentido, recuerda al neorrealismo cinematográfico que por los años cuarenta dominaba en Italia. La historia cuenta la peripecia estival de un joven de buena familia (Agostino) que convive con su madre en una casa de playa. De una situación armónica en la que la relación con su madre se caracteriza por el orgullo y la admiración se pasa a una relación morbosa de complejo de Edipo, motivada por el brutal despertar sexual del inocente Agostino al relacionarse con los jóvenes oriundos del pueblo, hijos de pescadores y bestiales en sus formas. Su atracción por este submundo transformará a Agostino en alguien diferente para consigo mismo y en la visión que tiene de su madre. En adelante, su madre es una mujer con todas las connotaciones sexuales que ello conlleva.

     La descripción de los tipos sociales bajos es demoledora y descarnada, sus cuerpos contrahechos son el recipiente y símbolos de sus miserias morales. Su salvaje trato entre ellos repugna y, a la vez, atrae a Agostino, que se encuentra en el abismo de reconocer un mundo nuevo brutal y lujurioso. En el centro del grupo y como irradiando un poder oculto se encuentra un adulto: "El Saro". Su depravado comportamiento es una muestra más de la dura visión de las clases sociales bajas en Moravia.

     A mi juicio, lo más destacado de esta novelita corta es la sutil manifestación in crescendo de los sentimientos del joven Agostino. La confluencia de los mismos, sus contradicciones y su debilidad:

"De buena gana se hubiera escondido detrás de aquellas cañas, aunque solo fuera para escapar de las miradas del Saro, agachado e inmóvil, en todo semejante a un enorme batracio habitante del cañaveral, que dirigía hacia él sus ojos entrecerrados. Sólo que, como de costumbre, su repugnancia no superaba la turbia atracción que lo ataba a la cuadrilla; y mezcladas ambas indisolublemente, no podía cuánto placer se escondía en realidad en el fondo de aquella repulsión".
 
La brutal comprensión del mundo circundante hace que Agostino entre de lleno en un mundo de miserias y dificultades, pero su curiosidad de adolescente le lleva por el mal camino como se ejemplifica con su aventura final infructuosa y patética. Un saludo del Criticón lector.

martes, 11 de septiembre de 2012

LA CHICA QUE SOÑABA CON UNA CERILLA Y UN BIDÓN DE GASOLINA. STIEG LARSSON

     Segundo libro de la  exitosa trilogía de "Millenium". Poco más se puede decir de una obra tan leída y comentada internacionalmente. Suelo leer obras de éxito cuando el boom de su lectura se ha acabado para así hacerlo con algo de perspectiva. Si ya el primero me pareció una extraordinaria obra, con algunas lagunas en cuanto a la fluidez narrativa, esta segunda rompe con las digresiones que aturdían y retardaban a la primera, con lo que su poder de seducción es aún mayor. La historia, no obstante, es poco creíble, con personajes que parecen construidos con la idea de ser llevados al cine. Por cierto, magnífica la película de David Fincher protagonizada por Daniel Craig que se relaciona con el primero de los libros de la saga. En este sentido, cuesta creerse a personajes como Lisbeth Salander. Pero dicho esto, lo cierto es que los personajes son de una atractivo tremendo sobre todo Lisbeth con sus genialidades y problemas personales y sociales, también Blomkvist con su honestidad obstinada e irreverente y, por supuesto, los malos tan estereotipados. La historia mantiene el misterio constantemente y como buen best sellers pide al lector avidez de lectura. Uno se lo pasa bien leyendo Millenium. Mejor halago no se le puede dar al libro.

     Está claro que Stieg Larsson no tiene la profundidad de Mankell, ni sus personaje la redondez de un Wallander, pero de lo que no hay duda es que en el arte de entretener y mantener al lector deseoso de volver a la lectura del libro no hay quien gane a S. Larsson.

     Un saludo de El Criticón Lector. El siguiente será un clásico de la literatura italiana que no he leído: Moravia.