viernes, 6 de mayo de 2022

"EL GATOPARDO" TOMASI DE LAMPEDUSA

     Si entrelazaran sus almas la inteligencia y la sensibilidad sus frutos darían obras como " El gatopardo". Prodigiosa novela, obra maestra sin reticencias, que aúna pureza literaria, altura de miras y un contenido profundo y complejo, "El gatopardo", escrita y editada en los años cincuenta de la pasada centuria y llevada al cine por Visconti en los sesenta, muestra una época de transición. Aborda el cambio de un mundo en decadencia, el de la nobleza, a otro pujante, el de la burguesía que se hará con el poder y los medios. A la vez, este cambio se relaciona con la transformación política durante el proceso de unificación de italiana, en donde, a la vez, se muestra el contexto de guerra entre la expedición de los mil garibaldinos y las tropas borbónicas. 

    Los dos mundos representados que colisionan, pero curiosamente también se unen, son los de la casa de los Salina, con el patriarca Don Fabrizio  como último representante de la nobleza clásica y señorial, y la casa de los Sedara, personificada en este caso por Don Calogero, que muestra su depredación constante como un lobo que asalta a la nobleza bovina, inepta ante los cambios que el final de siglo trae. La unión de las casas se consigue a la antigua usanza, mediante un matrimonio entre el sobrino de D. Fabrizio, el irónico y atractivo Tancredi, y la bellísima y ambiciosa Angélica, hija de D. Calogero. Y es que tal y como dice en su famosa e imperecedera frase Tancredi, "para que todo siga igual, es necesario que todo cambie". 

     La historia que se nos presenta es compleja pues toca sutilísimas cuerdas y llega a los estados más profundos del alma del protagonista principal, el inteligente y orgulloso D. Fabrizio, el último de la estirpe de los gatopardos, fieros y altivos señores de la isla de Sicilia. Se transparenta su mundo interior rico, ambiguo y plenamente consciente de su realidad, la de saberse una especie en extinción, y que acepta con estoica y educada filosofía, aunque también con lúcido escepticismo. Igualmente, es capaz de retratar con maestría y clarividencia su mundo exterior, repartido en diferentes capas (familia, sociedad, paisanaje y paisaje).

     Observamos los lectores una Sicilia viva, real, pero dibujada con tonalidades impresionistas, bella en su salvaje y dejada forma, irrespirable. polvorienta y sofocante en su mediterráneo calor. Dentro del paisaje, destacan los interiores, esos palacios que esconden habitaciones ignotas y deshabitadas, llenos de pompa, de esplendor que, como almendra escondida, el tiempo va socavando.  Observamos el orgullo desaforado de las familias que habitan estas tierras, el secular primitivismo, que quizá muestre la razón de la dificultad del progreso del lugar: ese extraño orgullo que tienen los pueblos de encastillarse en su singularidad. Observamos también la degradación de la familia, salvo en Tancredi, sobrino y favorito del Príncipe, caracterizado por su seducción, su belleza y la sensualidad de la juventud, visto con la nostalgia de quien ya no la tiene.

     El amor está muy presente en el libro en un triángulo amoroso en el que la hija de D. Fabrizio, Concetta, enamorada de Tancredi, sale perdiendo entre otros motivos por su carácter típicamente gatopardesco, altivo y orgulloso. Las escenas de los inicios de la relación amorosa, del noviazgo entre Tancredi y Angélica, remarcan con belleza y penetración esos momentos de deseo e ilusión y anticipan las desilusiones futuras.

     La imagen final del libro, en una última escena y en una época futura, tan significativa, nos retrata un palacio apolillado (qué grande esa imagen de los restos de Bendicó, el perro de D. Fabrizio) como apolillada es la nobleza que la habita, esas tres fantasmas orgullosas y beatas, que tienen tan presentes el mundo perdido, el espejismo del oropel y de los bailes de salón, reliquias, por tanto, de una época pasada.

     Por último, me gustaría resaltar la belleza de la prosa, la sutilidad en las descripciones, el placer que provoca la lectura de este libro, en un estilo que hoy se nos antoja muy difícil de ver por sus maneras, por su armonía discursiva, pese a ser un libro de estructura sencilla. Como dije al principio, recalco mi idea de que estamos ante una obra maestra sin paliativos. Un clásico que seguro no se dejará de leer por más que pase el tiempo, ese tiempo del que este libro nos hace un retrato entre descarnado y nostálgico.

     Y nada más. Saludos del Criticón Lector.

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