Tom Sharpe es uno de los novelistas anglosajones más reconocidos en el ámbito de lo humorístico. Sus libros tienen una comicidad exagerada y delirante. La novela que hoy tratamos es la primera que escribe y en ella parodia el apartheid sudafricano contra el que luchó en su juventud. No obstante, no se puede ver este libro como una crítica seria y corrosiva del sistema. Es el humor y la ridiculez tronchante lo que destaca en él.
La novela está centrada en la investigación de un asesinato de un cocinero zulú por parte de una terrateniente, que vive con su hermano y pertenece a una familia aristocrática inglesa de la zona, los Hazelstone, y que mantiene una relación erótica con el finado. La investigación recae en las manos del comandante Van Harden, verdadero protagonista de la historia, y personaje estúpido donde los haya. Acompañado de sus ayudantes, a cada cual más estrambótico y brutal, la investigación es un caos de imprevisibles consecuencias, sostenida en diferentes malentendidos, prejuicios raciales, estupidez generalizada, malas decisiones y surrealismo desopilante.
Al fondo, tras multitud de risas, queda un regusto amargo, un extrañamiento en la interpretación del libro, pues la novela es un compendio de barbarie y abusos raciales. Y la pregunta queda en el aire, a pesar de ser un libro que muestra la sinrazón del racismo y el absurdo que supone un sistema político levantado sobre la discriminación, en una época en la que lo políticamente correcto es el lugar común de la creación generalizada, ¿se publicaría este libro tan descomedido?
Por lo pronto, queda en la memoria el interrogatorio a la señora Hazelstone por parte del comandante Van Harden, la feroz defensa del ayudante Els de la mansión de Jacarandá Park de imprevisibles consecuencias y la representación final en el manicomio de una batalla histórica que, como casi siempre en los libros de Sharpe, acaba como el rosario de la aurora.
Y nada más, un saludo del Criticón Lector.