"Kafka en la orilla" es una creación extraña y deliciosa, un artefacto construido como si fuera tratado por un maestro orfebre. Su fantasía está sutilmente mezclada con la realidad y los hechos más extraordinarios se nos aparecen con una normalidad que nunca chirrían en el conjunto. Es una obra a la vez oriental y occidental, mágica y realista, intelectual y vital, espiritual y materialista, de personajes y de acción. En definitiva, nos encontramos ante una obra de un profundo sincretismo compositivo y argumental, escrita en el habitual estilo natural y accesible del autor japonés.
La obra se centra en las andanzas en paralelo de dos personajes, el joven Kafka Tamura (nombre autoimpuesto, ya que Kafka significa cuervo en checo y el joven llamado cuervo será una voz interior que acompañe al personaje en todo momento) y el anciano Nakata. El primero se escapa de casa, oprimido por el padre, soñando con vivir en una biblioteca, sueño que se cumple. El segundo es un hombre que puede mantener conversaciones con los gatos y al que se le borró totalmente la memoria tras un incidente en el bosque en la niñez en el que cae en una ausencia prolongada ("había regresado a este mundo como una hoja de papel en blanco"). Dos personajes de una entidad tremenda, de los que se quedan en la memoria. En sus búsquedas, de sí mismo en el caso de Kafka, de la piedra que abre y cierra el portal a otro mundo en el caso de Nakata, mantienen relaciones con una serie de personajes igualmente inolvidables. Kafka emerge de su soledad con dos personajes. Primero, con el hermafrodita Oshima, escindido en su ambivalencia hombre-mujer y voz que, en ocasiones, tiene un resabio magisterial y esclarecedor. Una voz profundamente intelectual y sensible. También se relaciona con la señora Saeki, directora de la biblioteca. Su vínculo será capital en la novela, pues es ¿madre? y amante y su relación vendrá a culminar la profecía del padre ("Tú algún día matarás a tu padre y te acostarás con tu madre"). Por consiguiente, las connotaciones de rango mítico se significan de forma manifiesta y clara; lo profético y lo edípico se aúnan en esta bella relación en la que también tendrá su importancia lo onírico, pues la señora Saeki aparece en forma espectral en la habitación de Kafka en su juventud. Un amor que, en última instancia, será un salvavidas para Kafka. Nakata, a su vez, entablará una relación, también bellamente construida, con un camionero, Oshimo, que se encuentra en su camino, llamado por fuerzas misteriosas y desconocidas. Las cosas que ocurren cuando está Nakata vienen a mostrar un realismo mágico de naturaleza orientalista. Oshimo será un escudero fiel y un actante principalísimo para la resolución de los conflictos en el azaroso viaje de Nakata.
En general, el libro ahonda en problemas existenciales de calado, que no escasean en la tradición literaria, y está escrito sobre una base argumental algo indefinida y ambigua, pero que te mantiene atado a los personajes, a sus extrañas vivencias. Por otro lado, un espacio-idea clave de la novela es el del mundo paralelo. La idea de un mundo alternativo que en circunstancias extraordinarias puede interceder con el nuestro es muy habitual en el ámbito literario, con antecedentes tan excelsos como el propio Lovecraft. La muestra de este mundo es perturbadora, pues uno no sabe si esa atemporalidad en la que se nos introduce es una especie de infierno aséptico o un paraíso alejado del dolor.
Quizá la falla más achacable al conjunto sea su exceso de páginas con información redundante o excesiva. Esas informaciones sobre la ropa o los hábitos de los personajes emborronan, a mi juicio, una novela casi sobresaliente. Por lo demás, no es una novela que aporte respuestas, sino más bien que deja el sutil encanto de las buenas preguntas y las reflexiones que indagan en esas partes íntimas del lector que a veces se explican con la lógica, pero que la mayoría de las veces quedan tras el velo de lo irreal.
Y nada más. Un saludo del Criticón Lector.
No hay comentarios:
Publicar un comentario