Sobre las base de una historia de hackers, Belén Gopegui, intenta mostrarnos con su novela los entresijos del poder, las luchas intestinas en el mismo y el escaso margen de actuación que tienen quienes consideramos los de a pie que tienen grandes posibilidades de intervenir en la vida pública.
Los protagonistas tejen hilos de relación para acabar en nada. Su intervención, su lucha queda en un infructuoso intento de cambiar la realidad. Un abogado que intenta ayudar a un hacker amigo que se ha metido en un lío con gente peligrosa que pelea por datos y una vicepresidenta del gobierno que esconde inseguridades tras su imagen de imperturbable reina egipcia tratan de conseguir sus objetivos. Él ayudar a su amigo, enamorar a su amiga Amaya, de la que está perdidamente enamorado y volver por la senda del compromiso personal en lo colectivo. Ella llevar a término un proyecto normativo que supondría un giro social a la política del gobierno, escorada más de lo que dicen las siglas del partido a la política liberal.
Dicho esto, parece claro que estamos ante una novelización de un periodo histórico concreto de la historia de España, las postrimerías del gobierno Zapatero. La vicepresidenta no puede ser otra que el alter ego de María Teresa Fernández De la Vega. La novela se convierte, pues, en un retrato de una época a la que se añade la trama informática, con sus misterios, su jerga, sus personajes frikis y su insondable capacidad de intromisión en la intimidad y en lo ajeno. De ahí se deriva una de los mejores logros de la novela, el miedo de los personajes. El espía obligado, que es el amigo del abogado, se siente perseguido y vigilado porque quiere dejar de ser un peón en el mafioso organigrama de especuladores de datos.
Una casualidad hace que el abogado, hacker aficionado, se introduzca en el ordenador personal de la vicepresidenta, y lejos de ser rechazado por esta, ella lo acoge como a un invitado al que le cuenta algunas de sus preocupaciones, en un quid pro quo muy peliculero se entabla una relación, que si no fuera por lo falta de verosimilitud que la encuentro, es de lo mejor de la novela. Para la vicepresidenta el abogado será la flecha (pues así se manifiesta en su ordenador) y con este interlocutor desconocido mostrará un extraño fluir de la conciencia que significa claramente la necesidad de esta compañía real. En sus conversaciones muestra su miedo a mostrarse débil como cuestión aneja al poder.
Sobre el poder se producen bastantes reflexiones, algunas bastante profundas. Así por ejemplo, "el ejercicio del poder se caracteriza , entre otras cosas, por un continuo ir y venir de secretos que hay que administrar". O sobre las cualidades de quien ejerce el poder: "como todos los perfeccionistas, la vicepresidenta no solía ser demasiado exigente con sus subordinados próximos: disculpaba el error y no pedía rendición de cuentas. Sabía que la medida real eras su propio perfeccionismo". Y, por supuesto, se observan en primera persona las luchas entre los diferentes sectores del socialismo, sus malas artes. En conjunto, se puede intuir la voz de la autora, que acompaña a las reflexiones de la vicepresidenta, cuando se queja de los giros de la política del gobierno y de la decepción que eso le supone. Llega a criticar el posicionamiento del partido con la fuga del marxismo, al hablar con un histórico del partido venido a menos, pero con un halo de figura moral o, mejor dicho, de bastión de los principios del partido.
En general, me parece una novela fallida en la trama informática, bastante tendenciosa en lo político y correcta en el manejo de las relaciones humanas entre los personajes. Para despedir la reseña pongo una cita extraordinaria del libro, una reflexión oscura y certera en su planteamiento como pregunta sobre el paso del tiempo y la transformación que conlleva. "¿Qué te parece más desolador: mirar a un crío y ver en sus rasgos y gestos al adulto ya vencido, o mirar a un adulto y ver en sus rasgos y gestos al niño que sigue siendo, desvalido, imprudente, fascinado?"