Luis Landero es para mí un escritor de referencia. Si siguen este blog ya conocerán mi predilección por el autor extremeño. Su estilo trabajado, de raigambre cervantina, su prosa sutil, de búsqueda constante de vericuetos y hallazgos expresivos y, sobre todo, su personal mundo exteriorizado en motivos literarios muy reconocibles siempre me llegan como el encuentro al otro lado del libro de una personalidad afín. Al leer al Landero, de algún modo, es como si me leyera a mí mismo pero, claro, en mejorado.
En esta obra, Landero da una vuelta de tuerca a sus personales temáticas: las relaciones familiares (sobre todo paterno-filiales), las fantasías desbordantes que fagocitan la propia realidad de los personajes, la sensación de fracaso vital, lo infructuoso del camino... todo ello regado con ese humor tan característico suyo, tan ligado a la historia de la literatura española, con Cervantes como faro del mismo. Profundidad de miras y humor son las dos claves de la obra de Landero. Se le puede alegar que sus historias son, en ocasiones, poco creíbles, que sus personajes son demasiado histriónicos y exagerados, pero desde mi punto de vista, lo hace tan bien, que una vez se entra en el juego de su creación ya no puedes salir.
En este libro se nos cuenta la historia de dos personajes muy diferentes que acaban uniendo sus caminos. Uno dominado por una obsesión (Dámaso), el otro por la ensoñación (Tomás). La novela, sin duda, es una ampliación del mayor éxito de Landero, Juegos de la edad tardía, ampliación no por lo que tiene de argumento, que es diferente, sino por lo que tiene de universo personal del autor, con sus patrones y desbordadas inquietudes. Si Dámaso es un niño rural y apegado a la tierra que acaba deambulando como viajante de comercio por la árida Castilla, Tomás es un niño desde muy pronto uncido con la obsesión literaria y la erudicción que acaba de profesor de enseñanzas medias (por cierto, alucinante el comentario de texto de la escena del drama de Chejov). Dámaso vivirá bajo el signo del odio a su cuñado, Tomás vivirá en torno al amor y los ensueños literarios que desmerecen su verdadera realidad.
La novela tiene una construcción perfecta en la que cada capítulo se centra en uno de los personajes y nos van contando su biografía y pensamientos hasta que se encuentran y las historias de cada uno se solapan. Un final metaliterario muestra lo estudiado de la arquitectura del texto y es el colofón ideal a una obra que se nos muestra perfecta en su estructura.
En definitiva, un libro muy recomendable, como todos los de este autor, en el que te aseguras una lectura amena, pero, a la vez, con la exigencia propia de la gran literatura. Un saludo atento, del Criticón Lector.