El fallecimiento de Rafael Chirbes nos dejó sin uno de los más ácidos cronistas de la literatura en español. Un hombre que diseccionó y desentrañó los entresijos de la España que derivó en la crisis del inmueble y luego sus efectos demoledores en la sociedad y en las personas. Su escritura profunda, demoledora y caústica se ha convertido en el paradigma de lo que ha sido la crítica social de finales del siglo XX y principios del XXI, sobre todo con sus dos obras maestras, clásicos contemporáneos sin lugar a dudas, "Crematorio" y "En la orilla". Comentamos hoy su última novela, publicada póstumamente y que más le costó escribir por su componente personal y autobiográfico .
"París Austerlitz" es una novela de cualidades completamente diferentes a sus dos obras maestras mencionadas anteriormente. Es una novela de carácter intimista, de sentimientos profundos en los que se analizan las frágiles paredes del amor, su sustancia y la degradación de la misma por el paso del tiempo. Es la memoria de un amor que ha dejado marca, pero que el protagonista, que cuenta en primera persona la historia, se empeña en hacer comprender al lector - a sí mismo, por tanto - que le ha abandonado. Porque los amores abandonan, sutilmente, como nos explica de modo progresivo y justificador el narrador. Ahí están los amigos de Michel, constantes y acusadores, para reprochárselo. La novela es una explicación y una justificación. Pero cómo explicar el dolor del que se siente abandonado, cuando además es un hombre desahuciado. Es aquí dónde se produce la quemazón como lector. Asistimos, comprensivos y llevados de la mano, al proceso de desamor, lo entendemos. Pero los restos del desastre, de esa demolición brutal, dejan siempre una víctima, que en este caso, con escena final de una intensidad dramática dolorosísima, laceran la comprensión tuitiva de ese lector confidente y cómplice del narrador.
La novela se repite en patrones de justificación. Estoy convencido de que el autor tiene remordimientos y este escrito es un acto de catarsis interior. No en vano, según se publica en la promoción del libro, al autor le ha costado escribir esta novela más de veinte años. Y no es un libro estructuralmente complejo, como otros suyos, ni extenso. La dificultad radica, por tanto, en el elemento personal. En el pudor de sacar al balcón los restos de un amor naufragado.
La historia de amor está muy bien tratada, un amor entre un joven pintor español y un obrero grandote, bueno y sonrosado normando. Desde el primer momento, la diferencia de edad es uno de los puntos sobre los que se pone el acento en la obra. Podría pensarse que el hecho de la homosexualidad será tratado con una cierta intensidad, No es así. Es una historia de amor que no muestra, salvo al final y por temas familiares, la homosexualidad como asunto relevante. En realidad, como tema presente, fundamental y devastador, sí hay una cuestión que afectó al colectivo gay en los años 80 de manera brutal y que el autor insiste en llamarle la plaga. Sus consecuencias destructivas la vemos paulatinamente en el libro. Pero en la historia de amor, como en cualquier otra, las cosas que importan son las diferencias de los protagonistas, sus modos de ver la vida, sus aspiraciones en cuanto a dónde se dirige la relación, la diferente educación y condición social, el rechazo que te empieza a provocar lo que antes te gustaba, la asfixia que provocan el control y los celos, la necesidad de volar frente al lógico conservadurismo del mayor de la pareja. En definitiva, una historia de amor trágica y profunda, intensa y vivida, narrada en una prosa lúcida y comprometida con ese fondo oscuro que es la pérdida. El dolor de lo pasado, la conciencia desasosegada de los muertos que uno deja en el camino. Un Chirbes menos poderoso, pero más intenso.
Un saludo de El Criticón Lector.
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