jueves, 19 de junio de 2014

"LÁGRIMAS DE SAN LORENZO". JULIO LLAMAZARES

       Leí hace tiempo "Luna de lobos" y el recuerdo de ese libro quedó impregnado en mí como una  narración de sensibilidad exquisita y de prosa de innegable calidad estética. "Las lágrimas de San Lorenzo" sigue la estela de aquel libro con una temática diferente y con menor encanto. Vemos en este libro un ensimismamiento que deriva en obsesión y que, desde el punto de vista narrativo, pese a focalizar en temas universales de gran calado (y que a mí personalmente me tocan la fibra sensible), no acaban de enganchar al lector. No acabamos de entrar en la historia porque no hay apenas historia, hay retazos de historias que no llevan más que a la misma obsesión del autor: el tiempo que todo lo engulle (tempus fugit).

      Un padre acompañado de su hijo mirando las estrellas en medio del campo en una Ibiza, que es la encarnación del paraíso voluntariamente perdido,  es la excusa para viajar por los campos de la memoria. Se trata de una escena casi vivida por todos en la niñez y repetida eternamente como padres. Y, precisamente, en ese viaje por la memoria vemos a un viajero sentimental, un hombre que ha pasado por media Europa como lector de español, dejando amores y lugares a los que no volver. Todo lleva a la pérdida, ya sea de paisajes, ya sea de amores. Todo se desvanece en el mar del tiempo. Y la congoja que ello produce en la persona del protagonista es el foco constante de la novela, en contraposición a la inocencia del hijo, que todavía es capaz de vivir en un presente atemporal.

      Las estrellas son así metáforas de la fugacidad del tiempo, una bella estela que la oscuridad se traga de manera irremisible. También se presentan como representaciones de las personas que a lo largo del tiempo van desapareciendo en la vida. El tiempo se presenta así en todas sus variantes posibles: sensitiva, pues los olores te llevan a la niñez y a la juventud; sentimental, pues la memoria se regodea en el pasado; y prospectiva, pues el protagonista es un hombre de unos cincuenta y tantos años que mira el futuro con escepticismo.

     De modo tangencial, la novela es un canto a la belleza de la isla de Ibiza y del amor de un padre por su hijo. Ibiza aparece luminosa y estrellada, juvenil y extática. Ibiza es el paraíso de los años jóvenes de las noches de amor en la playa, de los primeros desvaríos del amor, de la aventura personal, del desapego de la familia para el encuentro con uno mismo. Su hijo está a punto de dejar la niñez y entrar en la adolescencia donde las preguntas se imponen a las respuestas y aparece el inicio de la lucidez. La relación que se forma entre los dos, preñada de silencios y embarazos (toda separación tiene sus daños colaterales) forma parte de lo mejor del libro.

     En conclusión, un buen libro que no colma las expectativas que tenía puestas en el autor. Recomendaría antes "Luna de lobos" que "Las lágrimas de San Lorenzo". No obstante, estoy seguro que volveré a leer a Llamazares, al menos la que dicen su obra maestra "La lluvia amarilla". Un saludo de El Criticón Lector.

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