Siempre he sido muy seguidor de la editorial Anagrama y sin conocer autor ni obra me llamó la sinopsis de este libro, que he leído con interés. Del autor no conocía nada, pero estaré atento a sus próximas novedades.
El tema del libro no puede ser en un principio más anodino. El vacío existencial de una viuda, Dolores, y su encuentro con un abuelo con un cierto halo de misterio que la introducirá en el extraño mundo de la fotografía mortuoria. Así, se establece una relación de pupilaje entre el abuelo, Clemente Artés, venido de Francia a un pueblo del Mar Menor en Murcia, y la dolorida Dolores, el nombre parece que viene como anillo al dedo. La aflicción de Dolores procede de una especie de culpa que se ha instalado en ella tras el accidente en moto de su marido y fallecimiento, pues, de alguna manera, ella siente que esa moto fue una escapada hacia adelante de este de la vida rutinaria y estancada en la que se encontraba en la casa. La dejadez del matrimonio y una vida dedicada al cuidado del hijo y, más tarde, del padre enfermo rompieron lo que hubo de bello en el matrimonio. El marido es una presencia constante y ominosa en el relato.
En la novela la fotografía se convierte en un topos recurrente y fundamental. El manejo del autor en los contenidos relacionados con la imagen, ya sea desde una perspectiva técnica, ya sea desde una visión filosófica o artística, es indiscutible. A veces, incluso, en la parte técnica nos resulta algo metido con calzador en el argumento, aunque sean conocimientos interesantes. La imagen tiene sin duda una funcionalidad, un interés más allá de lo puramente estético. En la fotografía mortuoria, extrañamente, tiene un efecto balsámico de condensación amorosa en las familias. Aunque este sentimiento se explica que, por el morbo añadido en la época contemporánea a la muerte, es residual y muy escaso. En el resto de su fotografía, que en una catarsis evolutiva de desahogo se va produciendo en Dolores, la función es más social y de testigo de los desastres cercanos. En este sentido, es necesario decir que la obra se da en un contexto histórico muy concreto, el de la tragedia producida en el Mar Menor, con una ingente cantidad de peces muertos, y también las riadas que se produjeron por esa época en la zona. La anoxia (falta de oxígeno) a la que se refiere el título es la que tienen los miles de peces en las orillas. Una anoxia que, cómo no, se puede leer en clave metafórica en su relación con el personaje principal de esta novela. El libro, así, de un modo tangencial nos habla de las tragedias ambientales, tan recurrentes en nuestros tiempos.
Asistimos también al despertar sexual de Dolores después de diez años de la muerte del marido. Conoce a un guaperas que le presenta su amiga una noche que sale y al que le unirá su interés por la fotografía mortuoria. Pero la relación le saldrá rana. Pues el interés de Alfonso que así se llama el personaje, será espurio, tanto en lo que se refiere a ella como en lo referente a la fotografía.
Nos centramos en el personaje de Clemente Arlés, el más literario, fuente de continuo misterio, pues por momentos la novela no deja de ser una investigación de Dolores sobre Clemente. Y esta bien de modo casual, bien buscado, va descubriendo realidades que complejizan al personaje y lo dotan de ambigüedad moral. El viejo elegante y cascado tiene secretos y asuntos sin resolver. La mala relación con el hijo, con el que no se habla está relacionada con la fotografía de los inquietos. Estos inquietos son el punto morboso de la novela y su incidencia en la misma será muy importante en la evolución de la relación entre Dolores y Clemente.
Por último, la novela trasciende el dolor en el que nos vemos inmersos y el duelo interno, cargado de culpa de Dolores, se ve mitigado poco a poco con el progresivo perdón que la protagonista se hace a sí misma.
Y por mi parte nada más que decir, saludos del Criticón Lector.