Sherlock Holmes es, casi con toda probabilidad, el detective más famoso de la historia de la literatura. Su figura, acompañada de su inseparable compañero de fatigas, el Doctor Watson, ha permanecido presente en los lectores de todas las épocas. Asimismo, ha sido adaptado al cine en numerosísimas ocasiones dada la acentuada fuerza de su carácter y lo entretenido de las intrigas que protagoniza.
Nuestro detective fue un personaje exitoso desde sus primeras publicaciones. En esta novela Conan Doyle lo trae de vuelta a la vida tras haber acabado con él, harto ya de sus aventuras y de lo que el autor suponía una novelística de segunda clase. Lo hace de forma retroactiva, es decir, contando una historia previa a su supuesta muerte.
En esta novela se observa de manera refulgente la tensión entre lo telúrico y misterioso, encarnadas en el perro que da título a la obra, frente a lo científico y lógico representado por nuestro detective. Estamos así ante una novela híbrida, de ambiente gótico, pero acción detectivesca. Sherlock acaba desvelando, en su forma pragmática y concienzuda, incluso viviendo de forma en extremo austera, la realidad de los hechos, el fondo realista y terrenal del crimen investigado, las motivaciones mundanas que lo asisten y las exhibiciones falseadas mediante trucos de ilusionismo y la ayuda de la sugestión popular que engañan tanto al lector como a los personajes. Me pregunto ahora de dónde habrá sacado el creador de Scooby Doo sus argumentos. El contexto que propone la obra es trascendente desde el punto de vista narrativo, pues es en Devonshire, en sus famosos páramos donde se encuentra inmersa la acción. Y en el borde del páramo se sitúa la mansión Baskerville con todos los atributos de casa lúgubre y triste en donde se predispone el crimen. Todo favorece el clima general de misterio, ese halo en donde lo mágico y sobrenatural puede ser posible. Dentro de este contexto antirrealista debemos incluir la historia de la leyenda del perro que persigue generación tras generación a la infortunada pero poderosa casta de los Baskerville. Y en ese entorno, Sherlock encuentra un antagonista de gran inteligencia que se encuentra, según sus propias palabras, en su mismo nivel, y que incluso se atreve a mofarse de él.
Watson cuenta la historia y, por ello, como narrador protagonista adquiere una gran relevancia en el texto. Su narración, sus informes y su correspondencia con Sherlock es el material que el lector observa y sus comentarios sobre el detective son los que nos presentan tanto su prosopografía como su personalidad. La imagen que transmite es de verdadera admiración, pese a las constantes manías y la soberbia mostrada que a veces se deslizan en el texto. Merece la pena destacar la influencia indiscutible de la pareja cervantina Quijote-Sancho (tan alabada siempre por los ingleses, por cierto) en la conformación del mito de Sherlock, este no sería el mismo sin la presencia constante a la que referir sus conquistas lógico-deductivas del Doctor Watson.
En conclusión, nos encontramos ante una de las novelas fundamentales que conformaron el mito de Sherlock Holmes, para muchos lectores y críticos, una de las mejores por su ambigüedad argumental y la atmósfera de misterio que nos traslada a los campos remotos de la Inglaterra profunda, cuna de leyendas e historias sobrenaturales.
Y nada más. Un saludo del Criticón Lector.