El libro se inicia con unos datos históricos sobre la forma en que Calvino se hizo con el poder, aprovechándose de las debilidades políticas de la ciudad estado de Ginebra, y así convertirse en el adalid de las prohibiciones, en el cercenador de alegría y la sensualidad sobre la base de unos principios religiosos y dogmáticos de una rigidez antihumana. Pero, ¿cómo pudo hacerlo? ¿cómo pudo hasta tal punto menoscabar las libertades del individuo? La respuesta que nos da Zweig es reveladora para todo tipo de dictadura de la fuerza. Pudo hacerlo por el silencio, la cobardía y el miedo a las represalias.
Pero ya en el poder surge un antagonista a la figura hegemónica y poderosa de Calvino, es Castellio, un hombre libre, un pensador que observa, en permanente desdicha, las ramificaciones tiránicas de la Reforma. "En medio del general servilismo adulador - dirá Zweig - ha reconocido al eterno adversario de cualquier dictadura, al hombre independiente". Esos primeros conatos de contradicción entre ambos acabará con Castellio fuera de Ginebra.
Pero es entonces cuando entra en escena la figura quijotesca de Servet. Con su quema en la hoguera, víctima de la intolerancia y del fanatismo de Calvino, la figura de Castellio se engrandece a la de un referente moral eterno. Castellio se convierte en vicario de la idea de la libertad de conciencia y de la tolerancia. Este humilde profesor que vive casi en la indigencia se agiganta con sus escritos y su resistencia a la idea del exterminio del que piensa diferente. Esto hoy día en la sociedad occidental parece poco valeroso, pero en una época en la que el fanatismo era imperante es un acto de valentía extraordinario. Así, escribirá su Manifiesto en defensa de la tolerancia, en el que llega a afirmar cosas tan interesantes como esta: " Buscar y decir la verdad, tal y como se piensa, no puede ser nunca un delito. A nadie se le puede obligar a creer. La conciencia es libre". O, mejor aún, estas insuperables palabras: " Matar a un hombre no es defender una doctrina, sino matar a un hombre. Cuando los ginebrinos ejecutaron a Servet no defendieron una doctrina, sacrificaron a un hombre. Y no se hace profesión de la propia fe quemando a otros hombres, sino únicamente dejándose quemar uno mismo por esa misma fe". Y es que para Castellio las verdades religiosas se pueden difundir, pero nunca imponer. Zweig, con rendida admiración, nos traslada al pensamiento ético de este poco conocido humanista.
Pese a todo, la historia es terca, y se produce el triunfo de la fuerza. Castellio es acribillado, considerado hijo de Satanás, por buenista, por hereje. Mediante acusaciones falsas quiere ser llevado a juicio. Por su tolerancia en tiempos de intolerancia. Por ser peligroso para el orden establecido. Por levantarse, protestar, y mantenerse erguido. Justo antes de ser llevado a juicio fallece y eso le salva del oprobio. Calvino consiguió que su obra no fuera publicada. Y no fue hasta mucho más tarde cuando este ciudadano ilustre tuvo su reconocimiento.
Al final del libro, Zweig repasa la evolución de las manifestaciones religiosas relacionadas con el Calvinismo en Holanda, en Escocia, en Estados Unidos. Y, con perspicacia, nos enseña como el tiempo hace que los extremos se toquen. Con cierto optimismo que confía en el progreso moral humano, observa como Calvino y Castellio se acercan y la profesión calvinista se suaviza, pretiriendo y sorteando el fanatismo de los primeros tiempos.
Esta obra fue escrita en 1936, no parece difícil pensar que el autor austriaco, sensible y honesto, escribiera la obra tras la observación del auge de sistemas políticos que constreñían la libertad y buscaban la homogeneidad de pensamiento mediante la violencia. El nazismo empezaba a adueñarse de todo. Tiempos difíciles se presagiaban para los librepensadores, para los hombres buenos. Ante el horror, un hombre valiente porque "siempre habrá algún Castellio que se alce contra cualquier Calvino, defendiendo la independencia soberana de la opinión frente a toda violencia ejercida desde el poder".
Un saludo atento, del Criticón Lector.