En términos generales, las críticas que suelo hacer en el blog tienen una intención explicativa y en las valoraciones procuro ser más elogioso que censor o negativo. La intención primaria o subyacente del blog es, junto con la esperanza de compartir lecturas con lectores lejanos y desconocidos, el aliento a la lectura. Con este libro haré una excepción y la verdad, lo siento. Parto de la base de que puede ser una lectura de cierto entretenimiento, sobre todo para lectores poco avezados, con unas formas y un modelo tipo best seller que domina desde la concepción del libro hasta la promoción del mismo. Pero hay libros de masas bien hechos y libros de masas mal hechos. Este es de los segundos.
El libro, como bien se cuida de indicar el título, cuenta la historia de un canalla. Un personaje plano hasta puntos imposibles de imaginar en el que la maldad es el único atributo con el que se puede definir al mismo. Cómo un hombre tan malo triunfa es tan ridículo que haría reír al más crédlo de los lectores. Con apuestas personales absurdas en negociaciones importantes, con desafíos y bravatas que no se creería ni el más iluso de los lectores. En sus relaciones personales es igual, todas las personas que rodean a Thomas Spencer, que así se llama el regalito de individuo, están a su lado por coacción o por interés. En definitiva, la historia es poquísimo convincente, nada creíble, y eso en un libro suele ser mortal de necesidad.
Tampoco son creíbles los diálogos, malos, reiterativos hasta la saciedad, explicativos y, a menudo absurdos. Ese Paul Hard y esa Olivia explicándole a Thomas cómo es y qué le mueve a actuar como actúa es digno de estudio. Esa mujer con la que se casa uno nunca llega a saber por qué. Porque hay que tener alma de monja de la caridad para casarse con este tipo y sacrificando su propia vida para al final dar a entender... En fin, no cuento el final por si alguien se atreve con el libro después de lo que escribo.
Luego, hay un detalle narrativo que es hiriente para un lector medio que quiere disfrutar de una lectura que de antemano sabe ligera. Y, por dios, que no soy un esteta que odia estas lecturas para quemarlas en la hoguera o un esnob prepotente que todo lo que no sea Proust o Joyce no es digno de lectura. Me gustan tanto las lecturas ligeras como libros clásicos con todo el peso de la tradición en sus páginas o los libros que indagan en formas más experimentales o temas más profundos. Pero lo que hace Julia Navarro con las partes en cursiva del libro (aquello que Thomas Spencer debería haber hecho en vez de portarse mal como su propia naturaleza le obliga) es doloroso para un alma cándida como la mía que entra en los libros con espíritu filantrópico y cierta bonhomía intelectiva. Esos pasajes son tan ridículos que parecen hechos por un niño de diez años. Les insto a leer el primero de ellos solamente. Estoy seguro que coincidirán conmigo.
En definitiva, aunque parezca lo contrario, quiero decir que no tengo nada contra Julia Navarro, "La Hermandad de la Sábana Santa", leída hace mucho, me pareció un libro decente, pero esto que me he encontrado este verano no tiene nada que ver. En la promoción del libro se nos comunica que es un audaz cambio de registro en el que Julia navarro disecciona la ambición, la codicia y el egoísmo del ser humano. Bueno, audaz ha sido, pero no siempre la audacia obtiene buenos resultados. Lo de diseccionar es un modo de decir que en la novela solo se ver a un personaje egoísta y malvado. Que esté bien construido es ya otro cantar. Un saludo atento del Criticón Lector.