La belleza de la prosa y la imaginación de Landero me atrapó con su exitoso libro, tanto en crítica como en ventas, "Juegos de la edad tardía". Por segunda vez en mi trayectoria lectora me encuentro con las historias creadas por este autor y me he encontrado un Landero diferente. Es un libro en el que se opta deliberadamente por un relato cercano a la realidad vital del propio autor, con aire memorialístico entonces, y también con un sesgo de análisis del proceso creativo. Si en "Juegos de la edad tardía" nos abrumaban las vicisitudes tragicómicas de los personajes, aquí tenemos un recogimiento maduro y un alarde de sinceridad de Landero, un confeso mentiroso que pelea por mostrarse lo más real posible.
A lo largo del conjunto de páginas, en saltos temporales, vamos viendo el devenir vital de Landero, su búsqueda para encontrar su posición en el mundo. Desde la vida gris de oficinista a la aventurera de guitarrista, pasando por la de estudiante en academias de noche. Pero siempre con la extraña conciencia de que dentro de él hay un fabulador, un narrador. Hombre nacido para la ficción casi por herencia genética. En este sentido, las páginas dedicadas a los miembros de la familia son de lo más logrado, el poso de amor pasado por el tamiz del tiempo constituye parte del meollo del libro. Así, esta ¿novela? es también un acto de reivindicación y homenaje a la propia familia y, por extensión, a esas otras tantas familias que un día lo dejaron todo en esos pueblos perdidos de la España profunda para volcar sus sueños en los hijos. Un libro que es un canto entusiasmado de un hijo a sus padres y a su sacrificio, que con tristeza reconoce escasamente reconocido.
El hecho de que cada capítulo está fechado, mediante saltos temporales, en diferentes decadas del siglo XX (además de los capítulos del presente de la narración), favorece, tanto en el narrador como en el propio lector, la referencia al paso del tiempo y sus complejas consecuencias. La relación con el padre, tan incomprendido de joven, tan agradecido a él en la madurez; el peso de la nostalgia en la vida cuando se acerca la edad en la que uno empieza a considerarse viejo; la observación, desde el pasmo desconcertado, de los cambios sociales y urbanos, en un crecimiento de un Madrid desbordante.
Landero relaja su prosa en este libro. Quizá al principio es más engolada, en un intento de no desmerecer al autor que siempre ha sido destacado por la crítica como un descendiente directo de la prosa cervantina. Con enumeraciones, a veces algo desmesuradas, pero de raigambre clásica. Pero conforme avanza el texto, la prosa se vuelve más natural, como requiere el fondo del libro, un fondo de naturaleza evocadora y confesional. El tinte liberador del libro no casa con estructuras formales complejas.
Landero observa desde el balcón de invierno el mundo y su propia historia personal. Y en el camino nos deja páginas de lo más sugestivas. Aunque si hay que leer al autor extremeño desde luego aconsejaría al de ese clásico moderno que es ya "Juegos de la edad tardía".
Un saludo del Criticón Lector.