La novela tiene un tono serio, de hondura filosófica, con diálogos solemnes en los que se adivina esa búsqueda de sentido vital que comentamos en el primer párrafo. En este periplo, curioso camino que surge con la idea ridícula de querer pelarse, aparecen interlocutores diferentes que van acompañando a Eric. Desde varios guardaespaldas, hasta un viejo peluquero pasando por filósofas de cabecera, una esposa poetisa y etérea, amantes confianzudas, médicos que hacen chequeos o conductores de limusinas. Todos aportan ideas, todos son retazos de una realidad dominada por el dinero.
El dinero, la economía, el capital, este es, sin lugar a dudas el punto sobre el que gravitan todos los demás. Las fluctuaciones económicas que hacen y deshacen en un mundo en el que las pantallas, como grandes oráculos, definen el modelo de vida del mundo. La trascendencia del capital en la sociedad que nos presenta Delillo, la nuestra, claro, pero sublimada a esquema, a patrón representativo, es tal que lo domina todo en un sentido ontológico. Es esta brutal presencia la que, de algún modo, acaba con todo. Hay un pasaje en el libro de una originalidad y de una hondura extraordinaria. En el mismo, se declara la sumisión del tiempo al capital como conceptos. Estamos en una era en la que hasta el tiempo está dominado por el capital, esas fluctuaciones infinitesimales que en pantalla desbordan el tiempo mismo. Es la era del nanosegundo, y el capital reina en el nanosegundo.
Como es lógico, esta economía proyecta su reinado sobre la sociedad. Las escenas que se refieren a los movimientos sociales y a su sentido, recordemos que el libros está escrito en el 2003, poco después del 11S, tienen un sentido demoledor. No son más que parte del engranaje perfecto de adaptación del capital en su dominio de todas las esferas, vehículos de corrección. Con lo que se declara inútil la propia inmolación del ser humano frente al poder del dinero. Un ejemplo lo podemos ver con este extracto:
"- Ya sabes qué produce el capitalismo. Según Marx y Engels, claro.
- Sus propios enterradores- dijo él.
- Pero estos no son los enterradores. Esto es el libre mercado, sin más. Toda esta gente sólo es una fantasía generada por el mercado. No existen fuera del mercado. A ningún sitio podrían ir si se empeñaran en quedar fuera. No existe ese fuera...
-La cultura del mercado es total. Genera a esos hombres y mujeres. Son necesarios para el sistema que desprecian. Lo dotan de energía y concreción. El impulso que los mueve pertenece al mercado. Son producto de cambio en los distintos mercados del mundo. Por eso mismo existen, para fortalecer y perpetuar el sistema"
Como se puede ver, la seriedad, la hondura filosófica de las reflexiones dejan poco espacio para lo trivial. Ni siquiera el sexo está visto con una perspectiva simple, sus amantes, aparecen varias de ellas, tienen alma y vida. Y en concreto hay una escena sexual en el libro, pura manifestación del deseo, tan original como no había leído nunca en mi vida. Solo me permito decir que se produce durante un chequeo médico.
En la obra aparece una especie de antagonista patético de Eric, Benno Levin. Su conversación final es de una tensión maravillosa. En ella es el problema de la identidad y la muerte el que nos atiza casi como si de un puñetazo se tratara. El hombre sin escrúpulos, el tiburón de los negocios, se encuentra solo ante ese momento en el que todos nos tenemos que ver alguna vez y es la culpa y el amor lo que se nos aparece ante los ojos. Así, los sucesivos encuentros que ha ido teniendo con su mujer adquieren al final un sentido global y perfecto. La novela es un definitivo proceso de transformación y también en lo que respecta al amor vemos este proceso. De matrimonio de conveniencia a amor verdadero.
Y eso es todo, amigos/as. Un libro más que recomendable. Un saludo atento del Criticón Lector.