De este autor siempre destaco una cualidad que a mí parecer es patrimonio de los escritores más grandes, sus personajes tienen alma y están siempre vistos desde una perspectiva humana y con una especial ternura. En este sentido, Delibes es absolutamente cervantino. En otros de los que más tarde hablaré también. En este libro se nos aparece la narración desde la frágil y cándida inocencia de un niño al que se le aparta del mundo en que es feliz: su pueblo, su valle, su mundo natural y prístino. La naturaleza y el pueblo se convierte así en contexto y protagonista del relato. Hasta tal punto es así que esta está ungida de cierta religiosidad. El valle cobra vida en función de los sentimientos de Daniel, el mochuelo, el inolvidable protagonista de nuestra historia. La civilización y el medro personal están vistos aquí como un espacio ajeno que se torna en enemigo de Daniel.
El libro en sí es un retablo perfecto de personajes, pintados a grandes trazos y detallados con el anecdotario que todo pueblo posee. Los personajes se nos muestran vivos y humanos. Todos tienen sus pecados, sus debilidades, sus grandes o pequeñas historias, perfectos en sus imperfecciones: El padre y su deseo incomprendido de que su hijo prospere; el herrero, su fuerza y su alcoholismo; el cura, y su inteligencia; el beaterío rayano en lo ridículo de la guindilla. Y tantos otros.
Pero si hay algo que en la niñez marca, y Delibes lo representa con una lucidez única, es la amistad, los juegos y las conversaciones (por supuesto, aquí la maestría es sublime) en el que la candidez de los niños se mueven y aprenden. El moñigo y el Tiñoso son verdaderos prodigios narrativos. Las discusiones de los chicos, la importancia de la apariencia en la niñez, la jerarquía del más fuerte, las correrías nocturnas...Todo es un muestrario de sabiduría y de reencuentro del lector con su propia infancia. Por supuesto, más para aquellos que conocieron la infancia en un pueblo. Me quedo con una conversación entre el moñigo y el mochuelo en el que desde los ojos tiernos de un niño brota es desasosiego cósmico que todos hemos sentido sentados en la oscuridad, en el reposo solitario, frente a la inmensidad de las estrellas.
"- Mochuelo, ¿es posible que si cae una estrella de esas no llegue nunca al fondo?
Daniel, el Mochuelo, miró a su amigo, sin comprenderle.
- No sé lo que me quieres decir - respondió.
El Moñigo luchaba con su deficiencia de expresión. Accionó repetidamente con las manos y, al fin, dijo:
-Las estrellas están en el aire, ¿no es eso?
-Eso.
- Y la Tierra está en el aire también como otra estrella, ¿verdad? - añadió.
- Sí; al menos eso dice el maestro.
- Bueno, pues es lo que digo. Si una estrella se cae y no choca con la Tierra ni con otra estrella, ¿no llega nunca al fondo? ¿Es que ese aire que las rodea no se acaba nunca?
Daniel, el Mochuelo, se quedó pensativo un instante. Empezaba a dominarle también a él un indefinible desasosiego cósmico. La voz surgió de su garganta indecisa y aguda como un lamento.
- Moñigo.
-¿Qué?
- No me hagas esas preguntas; me mareo.
-¿Te mareas o te asustas?
Por último, destacaría del libro tres rasgos típicos de la literatura de Delibes. Por un lado, su estilo de naturaleza cervantina, sencillo, fluido, natural y cercano, sin esconder esos vocablos (boruga, jaramugo, entremijo, majuelas, huras) que nos acercan a la vida del pueblo y que poco a poco se alejan de nuestro idioma. Luego está el lirismo y la vena poética que a veces descarga como un relámpago de belleza. Y, al fin, un aspecto que no me parece muy considerado por parte de los lectores y la crítica de Delibes, que tiene relación con el anterior punto pero que lo relaciona con el fondo de sus novelas. Y es que el lirismo se acentúa conforme va llegando el final. La emotividad se hace patente y el poso de los finales en el lector da grandeza al texto.-Puede que las dos cosas - admitió."
En fin, una grandísima obra. Saludos de El Criticón Lector.