lunes, 24 de agosto de 2020

"REUNIÓN TUMULTUOSA". TOM SHARPE

     Tom Sharpe es uno de los novelistas anglosajones más reconocidos en el ámbito de lo humorístico. Sus libros tienen una comicidad exagerada y delirante. La novela que hoy tratamos es la primera que escribe y en ella parodia el apartheid sudafricano contra el que luchó en su  juventud. No obstante, no se puede ver este libro como una crítica seria y corrosiva del sistema. Es el humor y la ridiculez tronchante lo que destaca en él.

     La novela está centrada en la investigación de un asesinato de un cocinero zulú por parte de una terrateniente, que vive con su hermano y pertenece a una familia aristocrática inglesa de la zona, los Hazelstone, y que mantiene una relación erótica con el finado. La investigación recae en las manos del comandante Van Harden, verdadero protagonista de la historia, y personaje estúpido donde los haya. Acompañado de sus ayudantes, a cada cual más estrambótico y brutal, la investigación es un caos de imprevisibles consecuencias, sostenida en  diferentes malentendidos, prejuicios raciales, estupidez generalizada, malas decisiones y surrealismo desopilante.

    Al fondo, tras multitud de risas, queda un regusto amargo, un extrañamiento en la interpretación del libro, pues la novela es un compendio de barbarie y abusos raciales. Y la pregunta queda en el aire, a pesar de ser un libro que muestra la sinrazón del racismo y el absurdo que supone un sistema político levantado sobre la discriminación, en una época en la que lo políticamente correcto es el lugar común de la creación generalizada, ¿se publicaría este libro tan descomedido?

    Por lo pronto, queda en la memoria el interrogatorio a la señora Hazelstone por parte del comandante Van Harden, la feroz defensa del ayudante Els de la mansión de Jacarandá Park de imprevisibles consecuencias y la representación final en el manicomio de una batalla histórica que, como casi siempre en los libros de Sharpe, acaba como el rosario de la aurora.

     Y nada más, un saludo del Criticón Lector.

miércoles, 12 de agosto de 2020

"LOS ASQUEROSOS". SANTIAGO LORENZO

      Si Santiago Lorenzo tiene una biografía peculiar, este libro, desde luego, lo supera. Nos encontramos ante un escritor (y cineasta) que va a ocupar un lugar señero en nuestras letras con seguridad. Su manejo del lenguaje, su creatividad, nos invitan a aseverar con seguridad lo dicho. En esta novela difícil de clasificar, pero transida constantemente por el humor y la experimentación verbal, el autor nos coloca frente a un personaje inolvidable, Manuel, una especie de Robinson Crusoe a la española, valleinclanesco, al que vemos en un proceso de decantación ("sucintidad", en palabras del propio Manuel) y que en su exagerada transformación nos va a mostrar muchos de los defectos de la sociedad actual.

     Un altercado casual con un policía obliga al protagonista a tomar las de Villadiego y escapar a un pueblo abandonado de la Castilla vaciada llamado Zarzahuriel. Lo hace con la ayuda de su tío, único familiar al que verdaderamente aprecia y narrador de la historia. El hecho de que el tío sea el narrador nos permite ver al personaje desde fuera, con comprensión pero sin poder identificarnos plenamente con él, entre otras cosas porque ello es imposible. Pero la mirada comprensiva, afectiva, del tío hace que comprendamos y acompañemos al protagonista, a través de sonrisas constantes y un lenguaje desenfrenado y caústico.

     Manuel huye por obligación y acaba apartándose del mundo por convicción. Su visión del mundo del cual somos partícipes es corrosiva y un triste reflejo de lo que a menudo somos, a veces sin quererlo. El invento, me atrevo a decir que único, prodigioso, genial, de la mochufa (esos seres que invaden el paraíso de soledad de Manuel) es el espejo deformante en el que nos vemos reflejados en mayor o menor medida. La mochufa como digo es una genialidad, un concepto inventado, una palabra nueva, que debería quedar plasmado para siempre en el diccionario. La mochufa es el hortera que llevamos dentro, el feísmo en las formas, la degradación constante en la que caemos sin darnos cuenta por caer en la insustancialidad, la hipocresía, las apariencias y el permanente deseo de mostrar a los otros lo felices que somos y lo que disfrutamos de la vida. Todo, por supuesto, adobado con una crítica a la tecnificación constante e idiotizadora dentro del marco natural y equilibrado que la mochufa se empeña, sin quererlo, sin mala intención, pero con un sobrecogedor y absurdo sinsentido, en destrozar.

     Destaca en el libro el estilo. Abrumador, tronchante, creativo, con numerosos inventos sacados de una chistera que parece que no tiene fondo. Lorenzo es de la escuela de Quevedo, Valle, Mihura, Jardiel... Sus neologismos, de fácil comprensión, son innumerables y el discurrir del narrador envolvente y reiterativo. Es aquí donde le pongo el único pero al libro, una tachadura que no le quita valor al libro, pero que para mi gusto puede sofocar al lector y reconozco que en mi caso así ha sido en alguna ocasión. Las vueltas constantes a unos mismos motivos o ideas llegan a cansar.

     Por último, me gustaría destacar la bella relación entre el tío y el sobrino. El tío es el transcriptor de las aventuras de Manuel, pero también es su hilo de comunicación con el exterior y su apoyo constante. El final de su relación es el lógico dado el proceso de desaparición de Manuel, pero está teñido de una sentimental pincelada, matiz por otra parte del que el libro no es pródigo, pero que finiquita a la perfección la novela. 

   Y nada más que contar, un abrazo del Criticón Lector.