domingo, 12 de abril de 2020

"EL RUMOR DE LA MONTAÑA". YASUNARI KAWABATA

     La literatura está llena de historias familiares. El caos o el orden familiar, eso es indiferente, siempre ha supuesto un universo que desentrañar para el novelista. Los lazos que unen, las quiebras que se producen en esos mismos lazos, las consecuencias que las palabras de los seres más cercanos pueden tener, se convierten a menudo en la zona de análisis e indagación del escritor. Kawabata, el Nobel japonés, escribe en este libro sobre este hecho con sus sutiles ramificaciones.

     "El rumor de la montaña" título que hace referencia a un capítulo inicial en donde se nos presenta al protagonista principal, el abuelo Shingo, y su percepción enigmática del rumor de la montaña que está frente a su vivienda. Shingo, un abuelo con pérdidas de memoria, es el referente sobre el que la historia se monta, además de ser la base de la familia que se nos presenta a continuación. Un protagonista de una redondez sobresaliente, con aristas inimaginables, capaz de lo mejor y de lo peor en la radiografía interna que muestran sus reflexiones, de una sinceridad a veces brutal, a veces de una sensibilidad de altura poética. La familia está formada por un hijo (Shuichi) y su mujer (Kikuko), una hija en proceso de separación (Fusako) con sus hijos y la esposa (Yasuko). Shingo es un abuelo de ideología tradicional, tanto de la vida como de las relaciones. Y, precisamente, las relaciones que le unen o separan de su familia, su modo de ver estas en sus reflexiones, serán el armazón argumental de la novela. Con su mujer, unido a ella en matrimonio por casualidad y como segunda opción, ya que verdaderamente quería a su hermana, más bella y agraciada que esta, mantiene una conexión ambivalente, hay complicidad, pero también un rechazo físico que no deja en buen lugar a Shingo. Sus comentarios sobre la fealdad de su esposa, sus ronquidos y la vejez de esta son constantes. Pero a la vez, en sus conversaciones, en su aceptación de roles, vemos un equilibrio y una aceptación ineludible. Así, entre sus reflexiones podemos ver la siguiente: " Para Shingo su boda no había sido un error. Un largo matrimonio no necesariamente queda sometido  a su origen." Más complejos son sus vínculos con su hijo y nuera. E incluso entre estos, como matrimonio. Shuichi es un antagonista claro de su padre. Su modernidad deviene en dejadez tanto familiar como laboral. Contra este proceder choca el abuelo y muestra rechazo a lo que él observa como decadencia y parálisis moral. Con Kikuko, la relación es compleja, casi ideal, la dulzura de Kikuko, sus atributos casi perfectos crean un vínculo emocional de naturaleza casi platónica y levemente erótico entre abuelo y nuera. Vemos este complejo triángulo en momentos como este: "Sintió la crueldad de Shuichi...¿Acaso su hijo no se daba cuenta de su pureza? La pálida, delicada, infantil cara de Kikuko, la pequeña de su familia, flotó ante él". La visión del matrimonio a veces se torna funesta: "Un matrimonio es como una ciénaga peligrosa que succiona sin fin las faltas de los cónyuges". Su hija será un fantasma postergado, que supone para Shingo un rango constante de culpa. Su matrimonio con un traficante de drogas, su desasimiento personal, su dependencia vital, junto con la de sus hijos, Shingo la ve con la culpa de haber elegido mal. Fusako, tristemente, aparece casi siempre retratada en comparación con Fusako, y siempre sale perdiendo. La constatación en el texto de que la misma hija sabe su posición en la escala de afectos del padre nos da la talla de este personaje, algo secundario, pero de una gran intensidad dramática. En cuanto a los nietos, el abuelo muestra también su cara más amarga, su lado más frío y casi perverso, pues no ve en él el amor que debería tener hacia ellos.

     Una lectura actual del texto nos ofrece la incómoda sensación de ver la postergación de la mujer, su sumisión con respecto al abuelo y al hijo, sostenedores de la familia. No puede ser de otra manera en la Japón de la posguerra, tanto por contexto espacial como histórico el libro se muestra verosímil en el diseño patriarcal de la sociedad. No se nos escapa, no obstante, la figura de la amante de Shuichi, Kino, que es un elemento de subversión a estos cánones. Su voluntad y fortaleza a la hora de ir por libre es, en este sentido, moderno y nos muestra las grietas que el Japón tradicional va teniendo al ir occidentalizándose tras la derrota del imperio. La guerra y esta nueva escala de valores son una constante latente en la novela, que sutil recorre la misma.

      Por otro lado, la novela también es muy actual en algunos temas que aparecen. Con la preocupación del anciano por la muerte, el mismo título es una especie de runrún funesto que ahonda en lo agorero, surgen dentro del hilo argumental temas tan candentes como el aborto, la eutanasia o el suicidio. A lo largo de la novela vamos viendo como el universo de Shingo se va desmoronando, poco a poco, a pesar de que él sigue en pie, siempre como sostén y preocupado por la familia.

      Además de la muerte, hay algunos lugares comunes que conectan con la literatura japonesa en su conjunto. Observamos, embelesados, el gusto y la sensibilidad por los pequeños detalles, generalmente ligados a elementos de la naturaleza cercana. Como los haikus, flores, árboles, sonidos aparecen desgranados con la sensibilidad de quien es capaz de ver a su alrededor lo que a la gente corriente le es imposible ver, más que por incapacidad por falta de verdadera atención. También es afín a la literatura japonesa la trascendencia dada a lo onírico. Los sueños con sus presagios, o incluso con sus visiones extraídas del verdadero inconsciente del protagonistas también tienen su lugar en la obra.

    Por último, me gustaría decir que pese a que lo que se cuenta puede trascender, el tono y el estilo parco, frío, a veces, muy lento y algo plano hacen que la trama, bien urdida, y los temas, interesantes todos, no exploten en una obra plenamente redonda y, por momentos,  nos resulte monótona. Aunque los aciertos, querida gente letraherida, superan en número este pequeño escollo.

     Y nada más, un saludo del Criticón Lector.